Cuadragésimo octavo paseo: La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón; Barcelona: Planeta, 2004 Perdonen, perdonen. No se puede usar el libro como excusa, lo sé, pero lo voy a hacer con su permiso. Me interesa este libro por una razón particular: me aporta ideas sobre posibles obras de creación, para lo que pudo ser y no fue en mi opinión. Y no es que vaya a decir que el libro no me gustó, que sí me gustó, pero también es cierto que esperaba más de él, que me desilusionó como lector el hecho de que a su autor no le interesara desarrollar más un aspecto que podría haber dado mucho juego en la novela. Pero, disculpen, qué cabeza tengo, a todo esto no les he hablado de qué trata la novela, un olvido imperdonable por mi parte. Según podemos leer en el reverso del libro y que reproduzco textualmente a continuación, aunque seguro que ya lo conocen, porque es un libro que ha sido un auténtivo best sellers, " Un amanecer de 1945, un muchacho es conducido por su padre a un misterioso lugar oculto en el corazón de la ciudad vieja: El Cementerio de los Libros Olvidados. Allí, Daniel Sempere encuentra un libro maldito que cambia el rumbo de su vida y le arrastra a un laberinto de intrigas y secretos enterrados en el alma oscura de la ciudad. La sombra del viento es un misterio literario ambientado en la Barcelona de la primera mitad del siglo XX, desde los últimos esplendores del Modernismo hasta las tinieblas de la posguerra. " |
Etiquetas: Carlos Ruiz Zafón
18 Comments:
Tengo que decirte que coincido al 100 % con tu post. Leí la sombra del viento hace tiempo, mucho antes de que se convirtiera en ese fenómeno literario. Me pareció distraído pero me decepcionó un poco. Totalmente de acuerdo contigo en lo de ese cementerio, que es la idea más mágica de la obra. ¿Será porque es lo más novedoso y los que somos amante de los libros hemos tenido la secreta esperanza de que exista? Se podía haber profundizado efectivamente por ahí. Saludos Gatito.
...Abandoné su lectura en el primer tercio del libro, precisamente por ese decaimiento en el interés suscitado en un principio.
Cuando también escribes lees de otro modo, dando relevancia a otros aspectos, recursos, ideas o temas incluso. Pero no me atrevo a apuntar por dónde debería dirigirse la novela de otro, sobre todo porque no acabé de leerla y, además, porque soy consciente de la responsabilidad y trabajo que supone escribir una obra y el respeto que el autor merece...
SALUDOS, GATITOVIEJO: LeeTamargo.-
Me refería, precisamente, a ese aspecto mágico que apunta elbucaro. No pretendo decir a nadie cómo tiene que enfocar su obra creativa, LeeTamargo, no, yo tampoco, por supuesto. También para mí el autor y su obra merecen todo el respeto. Tan sólo trataba de apuntar un aspecto que como lector me interesa mucho. Me hubiera gustado ver desarrollado ese Cementerio de Libros Olvidados,como decía, porque creo que es un gran acierto que no ha sido exprimido en toda su medida. Sólo eso. La novela hubiera ganado mucho porque el principio es muy bueno, a mi modo de ver.
Saludos, Elbucaro y LeeTamargo
también coincido contigo... el cementerio de los libros olvidados es, al comienzo, un sitio casi mágico, y al final se transforma en una mera librería de viejo.
Eso es, palimp, una librería de viejo, que está muy bien, pero que en la novela pedía ser algo más. Como lector me emociona ese sitio.
Saludos
Lo que señalas, me interesa, en el sentido de la relación lector-escritor.
Sucede como con el cine: el cinéfilo interioriza las películas que movilizan en él puntos neurálgicos, y asimismo, creo que el lector como el cinéfilo recrean también lo que espectan o leen. Por esa razón, también son creadores de cierta manera y de allí proviene perciban vívidamente cuán dadora es la creación que como receptores tienen ante sí en sí.
.
.
.
.
.
.,
.
.
.
.
.
Abracito.
Vir&, también a mi me interesa eso mismo. Al recibir una obra en cierta medida también la creas porque tu lectura es única. Después de leer has hecho tuya la obra y ya estás preparado para proseguir ese diálogo entre escritor y lector que tan fructífero me parece y que de manera particular tanto me interesa.
Saludos
Por otro lado, al vivir en Barcelona, me hago una idea de dónde debe estar ese cementerio de los libros olvidados...
Palimp, me has intrigado, ¿dónde? me gustaría mucho conocer ese sitio. ¿Existe de verdad o podrías imaginarlo? para mí tiene tanta validez una cosa como la otra. Saludos
Javazquez, este libro sí que me consta que ha sido leído y que ha tenido mucha aceptación entre los lectores. Ha funcionado mucho el fenómeno del boca a boca. He oído comentarios diciendo que es de lo mejor y todo eso. Me parece exagerado e inexacto de todo punto, también he oído críticas negativas y sobre todo decepción, pero no debemos olvidar que tiene algunos ingredientes acertados. Por eso yo hablaba de lo que pudo ser y no fue. Cuando acabé de leer el libro en mi cara debió de dibujarse una mueca extraña. Y es que no cumplió para nada mis expectativas.
¿Y cómo te explicas que a los más jóvenes(alumnos míos, por ejemplo) les encanta y me dicen que por qué no lo ponemos de libro de lectura obligatoria para el curso que viene?
Un abrazo, Gatito.
Para juvenil podría pasar. Desde luego lo que es seguro es que a tus alumnos la lectura de los clásicos no les atrae. Las tan comentadas lecturas obligatorias de la enseñanza... Hasta qué punto una lectura es o no apropiada. Un punto de discusión nada desdeñable desde luego. Si queremos que los jóvenes lean debemos darles lecturas que les atraigan, pero a veces ello va en detrimento de la calidad y del conocimiento de la literatura que todo chaval debe conocer y valorar.Pero ¿es el momento idóneo para que con esa edad lean ese tipo de obras clásicas o es mejor para más adelante, cuando tengan la suficiente formación?. Hay mucha literatura juvenil, aunque no toda es de calidad, pero sí que la hay. Por otra parte la única posibilidad que tienen muchos alumnos de conocer este tipo de literatura clásica es por ser lectura obligada, por ellos mismos puede que jamás llegarían a ella.Pero de esta manera ¿no conseguiremos su más absoluto rechazo? Complicado el asunto, ya digo. El debate está servido.
Saludos
Al anterior comentario le diré que no me siento como tal. No hago publicidad de nada ni de nadie, no me siento tan importante como para influir de esa manera. Si no le interesa o no está de acuerdo con lo que digo lo puede decir, pero siempre desde el respeto. Y hay otra opción: no lea lo que escribo. Yo no me dedico a insultar a nadie y espero ser tratada de la misma forma. No me gustaría que este blog se convirtiera en un sitio donde se intercambien insultos y groserías Gracias.
A mí la sombra del viento sí que me gustó, quizá porque lo leí justo después del Código da Vinci y me supo a gloria cada interesante página. Creo que tu decepción procede de lo que esperabas de él, no de lo que aporta, yo que soy una lectora sin pretensiones, me di por satisfecha y entretenida hasta el final.
En cualquier caso corroboro tu última apreciación, aunque yo pienso que sólo una buena obra entra a formar parte de uno y mueve algo en su interior.
Saludos literarios
Quizás sí,inconscientemente leemos buscando buena literatura, no sé, es inevitable, aunque sé que es un error. Es mejor leer como tú dices, sin buscar, sólo valorando lo que encuentras, pero es difícil resistirse. Saludos literarios, Tautina
AVISO. ESTE TEXTO DESVELA SORPRESAS DE LA TRAMA
LA SOMBRA DEL VIENTO es uno de los mayores bodrios que me he podido echar a los ojos, tan malo que al terminar de leerlo -por pura fuerza de voluntad- no sabía si quemar el libro o arrancarme los ojos con el canto de las tapas de tan malo que es.
1. Ambientación y cronología.
La novela está ambientada en la Barcelona de posguerra, si entendemos posguerra de un modo laxo, ya que la novela abarca nada menos que veinte años, con un prólogo que transcurre a finales de los años 40, un cuepro central que transcurre casi íntegro en el año 54, y un par de epílogos en el año 1955 y 1965 respectivamente. Dos décadas en que la ciudad no cambia porque no se la ve, una ciudad de la que sólo existen un par de calles y el Tibidabo. Tal vez ello se deba a que el autor, aunque barcelonés, lleva muchos años residiendo en el extranjero y no recuerde bien la ciudad, aunque tampoco debe ser demasiado difícil usar un callejero online, digo yo.
Por si ello fuera poco, comete flagrantes errores (como decir que Bogotá es la capital de Venezuela) y anacronismos (en varios foros de Internet se le reprocha que use los nombres modernos de varias calles que en la época de la novela llevaban nombres distintos); entre ellos los más destacables son: 1) que varios personajes hablen en 1954 sobre la salud del camarada Stalin (sí, en la España de Franco, pero ya volveré más adelante sobre ello)... que había fallecido un año antes, en 1953; 2) que Daniel Sempere y Fermín Romero de Torres vayan al cine en 1954 a ver una película de Carole Lombard, actriz fallecida en accidente aéreo 12 años antes; 3) que Fermín se pase la novela (que transcurre en los años 1954-1955) chupeteando caramelos Sugus, una marca que no llegó a España hasta 1961, 4) que en ese mismo año haya tiendas que venden televisores Telefunken, cuando Prado del Rey no comienza a emitir hasta 1956, y la cobertura televisiva no comienza a traspasar los límites de Madrid hasta 1959, 5) o que en uno de los (varios) epílogos, en un banquete nupcial que transcurre en 1955 nadie se sorprenda de que un sacerdote se achispe a base de licor debido al "nuevo clima del concilio en ciernes", refiriéndose sin duda al Concilio Vaticano II, el cual se anunció en... 1959, y cuya primera sesión comenzó en 1962 (y yo juraría que en el Concilio Vaticano no se refrenda la dipsomanía clerical, aunque tal vez el autor esté mejor informado que yo sobre ese extremo).
2. Personajes.
En la caracterización de personajes, así como en el argumento, es donde esta novela, esta obra maestra, este espejo y ejemplo de la moderna novelística, este culmen de la hispana literatura comienza a hundirse más rápido que un "Titanic" cargado de plomo. Los tipos que deambulan por la obra (y nunca mejor dicho, porque no hacen más que irse tropezando de casualidad los unos con los otros) son peleles incoherentes, sin una personalidad definida, que sólo sirven para justificar tal o cual giro abracadabrante de guión. Comenzamos por el protagonista, Daniel Sempere, que nos cuenta la historia en primera persona, y boto a bríos si he visto alguna vez algún protagonista más antipático, vano y voluble que éste protagonista, que una cosa es que el protagonista sea un despojo (véanse los memorables LAZARILLO DE TORMES o BARRY LINDON), y otra cosa es que encima pretenda el autor que le riamos la gracia. Sempere hijo (porque es hijo de otro Sempere, cosa que suele ocurrir a todos los Semperes que en el mundo han sido) es un niñato al que su padre lleva a un lugar oculto llamado El Cementerio de los los Libros Olvidados, que viene a ser una mala mezcla entre La Pedrera de Gaudí, la Biblioteca de Babel de Borges, y la Abadía alpina de Umberto Eco. Su padre, como buen padre, le dice que éste es un lugar secreto, y menos mal que se lo dice, porque lo siguiente que hará "Semperito, el buen hijito" será enseñársela a su primera novia, para ver si hay suerte y cae polvete, que otra cosa no, pero Daniel Sempere, aparte de un tiralevitas y un hipócrita que se dedica a dejar tirados a sus amigos a la primera de cambio (aunque luego llore mucho y se arrepienta), es un rijoso.
Hago una pausa para hacer notar que, si usted quiere ser personaje de Carlos Ruiz Zafón, debe tener alguna perversión sexual, o ser un obseso, o darle al manubrio que es un primor, o follar a todas horas con todo quisqui, porque en esta novela todos, TODOS los personajes se caracterizan, única y fundamentalmente, por sus preferencias a la hora de dedicarse al ayuntamiento carnal. Así, hay chachas lujuriosas, cieguitas lujuriosas, pijas lujuriosas e incestuosas, un protagonista lujurioso, un sidekick cómico lujurioso, un relojero invertido y lujurioso, etc... los únicos que no son lujuriosos en esta novela son el padre del protagonista (porque es un viudito devoto de la memoria de su parienta difunta) y el villano, porque se dedica a torturar detenidos muy a su sabor (o sea, que le gusta el sadismo, así que también cae dentro de la rijosidad generalizada).
Volviendo a Daniel Sempere, es un rijoso que además le tira los tejos a cualquier mujer que se le acerque, comenzando por su temprano amor por la ciega Clara (la cual terminará la novela abandonada y envejecida, porque cometió el pecado de follarse a otro y no hacer caso de Daniel Sempere... y recordemos que Sempere es la voz que nos cuenta toda la trama), aunque este amor no es correspondido, entre otras cosas porque Sempere tiene 12 años y Clara roza ya la veintena, pero ya se sabe, que qué mala es esa veinteañera, que no le hace un favor a un crío de 12, y sin embargo prefiere a uno de su propia edad (y como corresponde a toda buena historia de amor estúpidamente adolescente, el novio de la ciega es guapo, tonto y chuloputas), continuando porque lo primero que hace al conocer a Nuria Monfort (de la que primero nos dice que es una cuarentona con el pelo prematuramente encanecido, ajada por la vida dura, y una página después resulta que todavía es bella, rozagante y hermosa) es intentar besarla en la boca (se ve que al tal Sempere le van maduritas), o rematando con su romance con Bea, la hermana de su mejor amigo (al cual no ve desde los 12 hasta los 17 años... ¡5 años sin verlo ni preocuparse por él! Y menos mal que es su mejor amigo...). Total, para al final echar un sólo polvo mal echado en toda la novela.
El segundo personaje (en importancia) es Fermín Romero de Torres (un mendigo que huye de la policía y se esconde mediante el siempre sagacísimo procedimiento de usar como seudónimos nombres de pintores o toreros), mendigo que es promovido por Sempere hijo de mendicante a colaborador librero y bibliófilo de pro. ¿Por qué? Porque, a los ojos de Daniel Sempere, dormir a la intemperie, beber vino barato (a todo esto, el vino lo bebe como los mendigos de las películas yanquis, de una botella envuelta en papel de estraza) y tener mugre, ronchas y pústulas por todo el cuerpo son señales de supina sabiduría paleográfica. Y gracias a ello, podemos solazarnos en sus interminables parlamentos (porque vociferar durante toda la novela, y expresarse en frases retorcidísimas, alambicadas e inconexas es otro sagacísimo método para despistar a la malvada policía), y ver cómo de vez en cuando sufre raptos de locura furiosa por las pesadillas que le provocan las torturas sufridas en el pasado por el malvado de la novela, el inspector Fumero (el por qué lo tortura, y por qué tanta enemistad le guarda que lo sigue por doquier, nunca se sabrá). Esto último debe ser para que le cojamos cariño al orate rematado de Fermín y vayamos acumulando odio hacia el tal Fumero, más que nada porque raptos de locura sólo le da uno en toda la novela, y bastante al principio, y de ahí en adelante no le vuelve a dar ningún telele ni nada que se le parezca.
El resto de los personajes no dejan de ser episódicas comparsas que están dispuestos estratégicamente para hacer avanzar la novela a trompicones. Sempere padre sólo aparece para esperar a su hijo cuando éste vuelve a altas horas de la madrugada, el cual siempre lo encuentra dormido en un butacón (un padre roncando y babeando sobre la guata del sofá, qué tierna escena familiar), o para suspirar de vez en cuando pensando en la madre muerta, en lugar de ejercer el oficio de padre y darle unas hostias al malcriado de su retoño; Clara, la cieguita lasciva, desaparece después de los primeros capítulos de la novela, y no vuelve a aparecer hasta el final, en un ajuste de cuentas innecesario y gratuito, en la que se contrasta su infelicidad presente con la dicha que embarga a Daniel Sempere; del padre de la misma y de su novio (del de ella, no del padre) nada se sabe durante todo el rato (el padre de Clara, después de 300 páginas de dolce far niente, aparece para dar un providencial refugio y cuidados a Daniel y a Fermín, porque en la España de los años 40 bastaba con decir que te perseguía la Brigada de lo Político-Social para que miles de manos desconocidas se tendieran para darte ayuda y cobijo); Fumero es la versión cazallera de un Fu-Manchú de medio pelo (tortura y planea complicados y retorcidos planes para alcanzar sus fines, por más que, como luego veremos, al ser español, eso de planear no se le da muy bien), y así todos y cada uno de los personajes. Sólo sirven para dar información a Daniel Sempere y desaparecer poco después.
3. Estilo.
El estilo de Carlos Ruiz Zafón es, como se dice ahora "sencillo y directo", lo que traducido en cristiana lengua significa que sabe veinte palabras, diez verbos, y sus textos son simples variables combinatorias entre los mismos. Hay quien se llena la boca hablando de "las audaces metáforas de Carlos Ruiz Zafón", y ello sería cierto si no fuera por dos pequeños detalles: 1) que usa las metáforas sólo para describir fenómenos meteorológicos o atmosféricos (lluvia, niebla, los rayos del sol...), y 2) que todas sus metáforas son del jaez de "Un vapor de cobre se elevaba de las calles" (la niebla), "Hilos de cobre se colaban por las rendijas de la ventana" (rayos del sol), "en hilos cobrizos se deshacían las nubes" (la lluvia), y así todo es de cobre, cobrizo, cúprico o de cupro-níquel, de tal manera que no parece sino que el señor Ruiz Zafón lo ve todo a traves de una moneda de peseta de las antiguas. Fuera de estas veleidades más propias del METEOSAT que de un escritor digno, ningún rasgo de estilo hay. Tal vez un abuso de la frase corta y del párrafo minúsculo, vicio sin duda heredado de su profesión como guionista de televisión en E.E.U.U. (modestamente, Zafón indica que de sus guiones sólo salvaría unos tres o cuatro, y que el resto le parecen muy malos. No se preocupe, señor Zafón, yo le aseguro que incluso ellos no podrán ser peores que su novela), y ello hace que buena parte del libro parezca más un bosquejo de guión, con acotaciones al estilo "Entra Fulano" o "Se va Mengano", que un texto retóricamente trabado.
Así mismo, tiene graves fallos de modalización en la voz narradora. Veamos, la novela la narra Daniel Sempere en primera persona, y en ello no hay ningún problema... hasta que en la novela se empiezan a intercalar los relatos sobre la vida de Julián. Entonces, la novela pasa a estar narrada en tercera persona (es decir, el narrador está fuera de la historia). Pase que el autor nos crea tan lerdos que esas historias insertas nos las añada en cursiva, no vaya a ser que no nos enteremos de que es una historia contada por un personaje secundario, pero que en esas historias se incluyan acontecimientos que dichos personajes NO HAN PODIDO conocer, es decir, que siendo narradores testigos se comporten como narradores omniscientes, eso tiene un sólo nombre: chapuza.
Y para rematarla, la historia más larga de éstas, las memorias de Nuria Monfort, no se sabe por qué motivo, están contadas en primera persona y sin usar las cursivas. ¿Tal vez porque forman capítulo aparte? No deja de ser una incoherencia grave con el estilo gráfico y modal adoptado por el autor para testimonios anteriores. Añádase que las antedichas memorias llegan a contar sucesos acaecidos en el año 1955, cuando Nuria muere (y Daniel las lee) en 1954, y está todo dicho.
4. Argumento y trama.
Sempere Sr. lleva a Sempere Jr. al Cementerio de los Libros Olvidados como rito iniciático. Resulta que el tal cementerio es un reducto secretísimo y misteriosísimo mantenido por la desconocida secta de "Los librejos de viejo" (que como todo el mundo sabe, se reúnen nocturnales como murciélagos o carbonarios), y en la que almacenan todos los libros olvidados de los lectores y las imprentas para que no se pierdan (imagínense la de libros de César Vidal, Pío Moa o Ana Rosa Quintana que irá a parar allí con el correr de los años). De lo cual se deduce que los libros buenos los venden; de lo que se deduce que en ese edificio sólo guardan ejemplares de José Luis Martin Vigil, Jose María Gironella o Azorín; de lo que se sigue que en la España de posguerra los libreros de viejo nadaban en oro para poder mantener un edificio completo dedicado a guardar tomitos que nadie quiere; de lo que se concluye que para el autor, los libreros son a la sociedad lo que SPECTRA a James Bond.
El rito iniciático obliga a que Jr. escoja un libro, así al azar, como regalo, y que debe ser suyo, personal e intransferible, y debe mimarlo y quererlo como a los amigos que no mantiene o la novia que le falta. Por supuesto, que para qué leches darle tiempo a mirar las baldas, sino obligarle a que escoja a la carrera, que seguro que el azar le deparará un libro hermoso y digno de su aprecio. Y Sempere hijo da con LA SOMBRA DEL VIENTO, libro escrito por Julian Carax (¿han visto?, el libro dentro de sí mismo, ¡qué modernidad, qué artificio!... lástima que Cervantes y Mateo Alemán se le adelantaran a Carlos Ruiz Zafón por cinco siglos). Reconozco que ahí Daniel Sempere tiene suerte, porque bien pudiera haber dado con EL PERIQUILLO SARNIENTO, de Fernández de Lizardi, o el DON JUAN, de Zorrilla, torturas las más crueles que un ser humano puede soportar.
Daniel Sempere hijo se queda fascinado por el libro, y decide buscar más libros del mismo autor, para darse de bruces con un misterio gordo gordísimo, y es que Julián Carax escribió poco, se vendió mal y se conservó peor, y por tanto es dificilísimo hallar ejemplares suyos. Y aquí se acaba la (poca) lógica del argumento y comienzan los dislates.
Para empezar, El Cementerio de los Libros Olvidados, que es un sitio secretísimo (recordemos) está guardada por un anciano encorvado que además le abre la puerta al primero que llama (Daniel Sempere entra sin problemas con su novia, y más adelante, en la novela, ésta vuelve al mismo sitio para saber si Daniel anda por ahí), así que para qué tanto rito y misterio y nocturnidad y alharacas. En dicho edificio los libreros guardan lo mismo libros justamente olvidados de la historia que incunables y primeras ediciones (si ellos mismos no venden los bocados más suculentos para sus negocios, ¿de qué viven? ¿del contrabando?). La novela (y todas las demás de Julián Carax) atrapan inmediatamente a quien las lee, provocándole una suerte de epifanía, y sin embargo, apenas se venden (se ve que, o se tiene vida social, o se lee a Julián Carax, pero ambas condiciones no pueden darse en una misma persona); Sempere padre exhorta a su hijo Daniel a que cuide ese libro y no lo pierda de vista nunca... y lo primero que hace Daniel es leérselo a la ciega Clara y después regalárselo al padre de ella, en el primero de sus brillantes juegos de lógica que tanta coherencia aportan al desarrollo de la novela. Clara, como ya se ha dicho, pasa de Daniel y da en refocilarse con su señor profesor de música (que tiene la misma edad que ella), aunque jamás tocará bien el piano (siempre es difícil enseñar a una ciega a seguir partituras, sobre todo porque la ONCE tiene la desconsideración de no existir por aquellas fechas). Hay lío, el novio de la ciega cruje a bofetadas a Sempere junior, el cual sale a la calle malherido y bien baqueteado, traba conocimiento con un mendigo mugroso, y lo convierte en ayudante de la librería de su padre. Entre medias hay un señor llamado Laín Coubert, que tiene la cara quemada, que quiere comprarle el libro a Daniel, y él se niega, aunque no haya tenido reparos en regalárselo a un librero rival (el padre de Clara) que babea por el dicho libro, a lo que el tal Coubert miró al soslayo, fuese y no hubo nada. Este fair play de Coubert es tanto más notorio teniendo en cuenta que lo que pretende es quemar los libros de Julián Carax, y que en el pasado no tuvo reparos en quemar un almacén entero de libros, llevando a la ruina a una editorial, de paso. Pero se ve que Daniel lo pilla en el día bueno y éste, en lugar de chamuscar a Clara y compañía, se limita a desaparecer entre las sombras como El Fantasma de la Ópera (del cual Coubert copia el spleen y la estética). Fin del prólogo.
El nudo de la novela ocupa la mayor extensión de la misma, y transcurre entre los años 53 y, sobre todo, 54. Daniel ya tiene 17 años, y ahora sabemos que tiene un gran amigo desde la infancia (al que no ve desde antes del prólogo, en el que tenía 12... amistad probada, sin duda) y éste amigo tiene una hermana, a la que Daniel no soporta. Nuestro protagonista está decidido a saber más cosas de Julián Carax, con la inestimable ayuda del discretísimo Fermín. Como no tiene ni repajolera idea de por dónde empezar, decide preguntarle a Isaac, el portero del Cementerio ya que, según el brillante razonamiento de Daniel, todo portero de biblioteca se sabe al dedillo todas las referencias biobibliográficas de TODOS los autores almacenados, que es como decir que un ordenanza de la NASA es un experto en tecnología de satélites. Y, ¡oh, casualidad abracadabrante!, resulta que la hija de Isaac, Nuria Monfort, trabajaba en la editorial que publicaba a Carax y además era una mezcla de amiga/agente literaria del mismo. Tan sólo está el problema de que Nuria no se habla con su padre, y por eso Daniel, brillante estratega, lo primero que hace es irse a casa de la Nurieta (porque el padre y ella no se hablan desde hace años, pero ello no impide que él sepa su dirección) y decir que viene de parte del mismo. Y Nuria, como hace todo el mundo que recibe recomendados de parte de alguien a quien odia, decide darle toda la información que tiene. ¡A eso se le llama llegar y besar el santo! Daniel interroga a Nuria Monfort (e intante tirarse el lance con ella porque, según parece creer Daniel Sempere, si una mujer habla con él bien puede también acostarse con él, en otro destello de su brillante inteligencia). Nuria le da la dirección del padre de Julián Carax (y de paso nos dice que su marido está en la cárcel y tal y pascual, y qué dura es la posguerra para una mujer sola y desamparada en la vida, aunque está avejentada y hermosa al mismo tiempo, no trabaja y nunca ha dejado de ser pobre pero tiene dinero para mantenerse... ¿ustedes lo entienden? Yo tampoco)
Daniel, que en toda la novela no deja de definirse como un pobre diablo ni muy guapo ni muy listo (de lo primero no hay constancia, pero de lo segundo ya nos va dejando sobradas pruebas) desarrolla de repente un encanto apabullante que lo lleva a engatusar a una portera para que le deje ver el piso vacío y abandonado de la familia Carax (recordemos, un piso abandonado cuando en los años 40 la falta de vivienda ahogaba a muchas familias españolas). Eso sí, esta vez Sempere Jr. no asalta sexualmente a la portera, cosa que la sensibilidad de los lectores agradece. De aquí pasa a un bufete de abogados, o mejor dicho, de abogado, porque sólo hay uno, a medio arruinar, y que, cómo no, entre col y col, lechuga, es decir, que de paso que proporciona información sobre la familia Carax divaga sobre las salutíferas propiedades del cotidiano folleteo -previo pago- con fembras placenteras.
Ésta es la mecánica narrativa que se repetirá durante toda la novela: Daniel Sempere encuentra a un testigo que le cuenta muchas cosas, y le remite a otro, que le cuenta otras muchas, que le remite a otro, que le cuenta muchas cosas, y le remite a otro que... Quiere la buena fortuna que, a pesar de que la historia de Carax transcurra en los albores de la Guerra Civil, y varios de los implicados pudiesen pasar por rojos, todos viven sin problemas en Barcelona y a pocas calles de distancia entre sí. Si tenemos en cuenta que al villano, inspector Fumero, se le describe como alguien que lleva años intentando vengarse de Julián Carax y de sus amigos, que planifica sus actos con la meticulosidad de un jugador de ajedrez, y que "tiende su tela como una araña" y luego esperar a que su presa caiga, no se explica que lleve 15 años in albis y que venga un crío de 17 y descubra todo el pastel... a no ser que la treta de Fumero (treta muy hispana) sea sentarse a esperar que venga un bobo y haga todo el trabajo (y si para eso hace falta esperar quince años, pues se espera, que para algo el villano es funcionario público).
Según vamos conociendo la vida de Julián Carax (a quien se nos muestra como alguien dotado de un gran magnetismo personal, aunque jamás se nos dice por qué) más se despeña la novela por el escarpado terreno del folletín barato. Hijo ilegítimo, rechazado y maltratado por su padre putativo (quien, de modo doblemente inexplicable, no sólo repudia a su mujer por su embarazo extramatrimonial cuando YA SABÍA al contraer matrimonio que ella estaba embarazada y no de él, sino que, años después de haberle perdido la pista a ese hijo del pecado, se vuelve súbitamente padre amantísimo y bondadoso que ayuda a Nuria Monfort por ser amiga de ese retoño a quien tanto mal hizo y al que tanto añorará después), Carax es apadrinado por un rico industrial, al que divierte el "desparpajo" del chicuelo (por más que ese desparpajo consista en ser un criajo maleducado), y a resultas de tan inopinado padrinazgo es admitido en un colegio de gente bien. Allí hara varios amigos (tres, en concreto), de los cuales dos le ayudarán durante toda su vida (sin que Carax jamás haga nada por corresponderles la amistad en igual medida), se enemistará con otro y se ganará el odio mortal de un cuarto camarada, el tal Fumero. ¿Y cual es la tragedia de Carax? Que se enamora de la hija del rico industrial, hermana de uno de sus amigos a la que, cómo no, se lleva al catre (porque en esta novela todo el mundo tiene las hormonas revolucionadas), ganándose la enemistad del rico empresario, que resulta que era su padre biológico; la de su tercer amigo, que es hijo del empresario y por tanto viene a ser hermanastro y cuñado de Carax; y el odio mortal de Fumero, enamorado de la susodicha niña, más que nada porque parece ser la única mujer que en vida ha conocido el tal inspector. La chica queda embarazada, el padre la encierra, el hermano se amohína, Julián se larga a París y Fumero mata a sus propios padres (porque es muy malo).
Todo esto se entrevera con la propia vida sentimental de Daniel Sempere, el cual decide enamorarse de la hermana que odia de aquel amigo del alma al que nunca ve. Esa hermana, Bea, que tampoco traga a Daniel Sempere, se reencuentra con él pasados varios años y, aunque él se muestra igual de grosero que en el pasado, ella parece decidir de repente que es el hombre de su vida y así no pasará más de un día y ella ya le está confesando a Daniel que "te amo, te adoro y te compro un loro". Bien es cierto que puestos a escoger, no hay comparación entre ayuntarse con Daniel y quedarse en Barcelona, o irse con su novio alférez a vivir a El Ferrol del Caudillo (que en la novela todavía se llama Ferrol a secas, como en los dichosos tiempos de la República), aunque sea el novio de muy buena familia (porque en España siempre fue particularmente apreciado el rancio abolengo de la nobleza ferrolana, que nunca hubo, dicho sea de paso). Daniel la conquistará por el siempre efectivo procedimiento de invitarla a tomar café con patatas bravas (combinación que llenaría de espanto a Ferrán Adriá) y llevándola al Cementerio de los Libros Olvidados, que a este paso va a recibir más visitas al año que el Museo del Prado. Casualmente, la antigua casa del amor juvenil de Julián Carax es propiedad del padre de Bea, y ésta la usa como casa de citas para dedicarse al carnal trato con sus amantes ocasionales (todos sabemos que la española media de 1940 estaba muy liberada sexualmente). Como de esos polvos vienen estos lodos, Bea también queda embarazada, su padre la encierra, el hermano se amohína y Fumero sigue dando la tabarra de fondo.
¿Se fijan qué analogías entre la historia de Daniel y Julián? Pues no las hay, porque quitando la desafortunada tendencia a pegar el braguetazo de ambos, Daniel no es odiado por su padre, ni Carax es huérfano de madre, ni Daniel va a colegio de pago, ni Carax es librero, ni Daniel escritor, ni éste se tiene que fugar a París, y, sobre todo, Daniel no ha preñado a su hermana, y su problema con el padre de Bea no va más allá de un desflore no bien recibido.
Entremedias, Fumero decide matar a Nuria Monfort, quien ha aprovechado para escribir en apenas dos días unas memorias que tienen en torno a 100 páginas de extensión (si es que el estar desocupada da para mucho); de hecho, dan para tanto que Nuria Monfort muere asesinada en 1954 a manos de Fumero, pero las memorias, que redondean y rematan la historia de Julián Carax, llegan a contar sucesos acaecidos en... ¡1955! Julián, aposentado en París (Francia), amortigua la añoranza tocando el piano en un prostíbulo parisino (nada mejor que llorar por la amada rodeado de furcias en deshabillé). Mientras, en Barcelona (España), su hermanastra embarazada y su hijo mueren durante el parto, el padre y al mismo tiempo suegro de Julián entierra a la hija y al bebé en el sótano, supuestamente para no dar a conocer el escándalo, pero sin embargo ordena crear toda una tumba de granito en dicha dependencia, que a todo esto también servía de bodega. Ya estoy viendo la escena:
Criado: ¿El Señor tomará vino con la cena?
Señor: Tomaré un Chateau Nablis del 21.
Criado: ¿El que está en la quinta botillería a la derecha de la tumba secreta de su hija?
Señor: Ése mismo.
De paso, aprovechamos para saber que Nuria Monfort viaja a París para llegar a un acuerdo de publicación con Julián (el que nunca vende un libro pero al que nunca le falta quien le publique algo), se beneficia repetidas veces al sufrido apátrida, vuelve a España y se entera de que las ediciones de Julián las sufraga Miquel Monfort, amigo de la infancia de Carax y que se siente muy culpable no se sabe bien de qué, y que le publica a modo de desagravio (¿tan malas son las novelas que el darlas a conocer sirve de penitencia?), y entre libro y libro conoce los placeres de la carne en brazos de Nuria y se casan. Julián vuelve a España (porque en la España de los años 40 un español exiliado por razones poco claras y buscado por la policía cruzaba la frontera sin problemas y sin despertar la menor sospecha). Posteriormente Miquel se sacrificará en pro de su amigo Julián Carax, al empeñarse en un tiroteo con la policía con la documentación de su amigo encima, para que cuando muera acribillado crean que quien ha muerto es Julián. Este Miquel, parejo a Daniel Sempere en inteligencia, no parece caer en la cuenta de que Fumero, ya hecho inspector, fue amigo de infancia de ambos y los conoce perfectamente, así que el camelo no cuela. A cambio, Carax, como buen amigo que es, pasa a ocupar su identidad, vivir de incógnito en su piso, y dejarse querer por Nuria. ¡Olé la amistad bien entendida! Fumero, mientras tanto, que se muere de ganas de matar a Julián, sabe que a) Nuria Monfort y su marido han dado refugio a Julián al volver éste a España; b) que el Julián enterrado no es tal, sino Miquel Monfort, c) que Nuria sigue viviendo en su piso con alguien que dice ser su marido muerto, d) que Nuria propala a los cuatro vientos que su marido está en la cárcel. Y sin embargo se queda quieto durante una década y media a ver si viene un tal Daniel Sempere y le desembrolla el enigma. ¿Y éste es el estratega? ¿Ésta es la araña que tiende su tela? ¡El temible Fumero es un ceporro, más tonto que Abundio, el que fue a la vendimia y se llevó uvas para merendar!
Julián Carax no tarda en enterarse del destino aciago de su amada, aunque, caritativamente, nadie le dice que la muerta más que novia, era hermana, y así, imbuyéndose de un autodesprecio súbito decide castigarsea sí mismo dedicándose a buscar y quemar todos los ejemplares de sus libros. Lo primero que hace es prenderle fuego al almacén de la editorial donde trabaja Nuria Monfort, haciendo quebrar la empresa, desempleando a Nuria y desfigurándose él la cara en el proceso (la influencia de la lógica formal Semperil es patente). Sí, lo han adivinado, Laín Coubert es Julián Carax.
¡TRAS QUINIENTAS PÁGINAS, LLEGA EL TREMEBUNDO DESENLACE! En el abandonado palacete de los Aldaya (la familia destrozada por Julián) se refugia Bea, embarazada, Daniel va a buscarla; Julián Carax anda por ahí, no se sabe muy bien por qué, y Fumero llega a continuación, súbitamente inspirado por el Espíritu Santo sobre el paradero de Julián. Como es el desenlace, y es dramático, es de noche, y hay lluvia, y tormenta, y rayos. Fumero hiere a Daniel de un disparo. De repente aparece Julián Carax, que entretanto se ha convertido en Hulk (¡Julián destrozar! ¡Julian romper!), le aplasta la cabeza a uno de los policías que acompaña a Fumero, coje a éste, lo levanta en vilo, lo lanza por los aires y... ¡lo ensarta en el brazo extendido de un ángel de piedra que adornaba el jardín! (y que levante la mano a quien esta muerte le recuerde la del cura en BRAINDEAD). Bea llora mucho sobre Daniel, y Julián desaparece en las sombras mientras musita: "Llamadme... Darkman... digo, Carax."
Daniel se recupera, se casa con Bea, tienen una vida feliz, tienen hijos y nietos, y en 1975 un anciano Daniel lleva a su nieto a el Cementerio de los Libros Olvidados... Claro que, si Daniel tiene 17 años en 1954, se casa en 1955 con dieciocho, en 1975 tiene 38 años... así que difícilmente va a ser abuelo de nada...
Con este último disparate, finaliza LA SOMBRA DEL VIENTO.
Wannabegafapasta, bienvenido a este espacio. Nos has dado tu punto de vista sobre la novela. Por cierto, sí que te parece mala... Yo sinceramente no creo que sea para tanto. No volvería a leerla (y eso ya es mucho), pero bueno, tampoco es incomible. Es una novela para pasar el rato sencillamente y tiene ingredientes interesantes que no se han desarrollado de manera suficiente, por eso me interesó hablar de ella, por lo que pudo ser y no fue. De todas formas te agradezco tu comentario. En ocasiones me he reído mucho leyéndote. Tienes un agudo sentido del humor. Un saludo
Gatito viejo, muchas gracias por tu respuesta.
Reconozco que tal vez peque de ser muy visceral en mis opiniones, pero me alegra que al menos hayas percibido mi sentido del humor...
Te pido mil perdones a tí y a tus habituales si acaso la excesiva longitud del texto vuelve incómoda su lectura. No obstante, pienso que de haberme limitado a poner el enlace a mi propio blog, donde también está colgado, hubiese parecido que me limitaba a trollear y a autopublicitarme.
Muchas gracias de nuevo por tomarte la molestia de contestarme.
Un besazo.
Publicar un comentario
<< Home